La democracia en la universidad es algo por lo que se ha luchado históricamente desde el nacimiento de la institución, buscando la participación de toda la comunidad en la construción tanto de la institución como del conocimiento que en ella debía generarse.
Hace unos días, mientras buscaba artículos y lecturas para un trabajo, me encontré con dos artículos publicados en “El País”: Universidad y Democracia, Universidad y Democracia y en ellos los autores reflexionansobre la idea de democracia en la universidad, concluyendo que el actual modelo democrático que está instaurado en estas instituciones nos ha llevado a donde estamos: corporativismo, poca o nula calidad y repercusión de las investigaciones, confrontación de intereses, exclusión de grandes investigadoras e investigadores...
Ni que decir tiene que algo falla en nuestras universidades, pero en contra de lo que se argumenta en dichos artículos no creo que el cambio de un modelo democrático por un modelo de corte autocrático o del estilo que proponen pueda ser un camino válido para solucionar los problemas. Más bien deberíamos fijar nuestra vista, al menos en mi opinión, en ¿qué tipo de democracia se está practicando actualmente en nuestras universidades? ¿cuál es el funcionamiento y uso que tienen los órganos de gobierno? John Dewey ya por 1888 advertía la diferencia que existía entre considerar la democracia como la voluntad de una “masa” de personas atadas a uno voto, con lo que obtendríamos una visión numérica y parcial del significado de democracia; y considerarla como un todo orgánico “los hombres no sólo son átomos aislados antisociales; sino que en una intrínseca relación con los demás hombres superan por completo la teoría de ser una masa de hombres, un montón de granos que necesitan un mortero para mantener el orden”. De esta forma Dewey considera el funcionamiento de la democracia como un organismo que se nutre de las diferencias e interacciones de quienes la componen. Para Dewey la democracia no sólo era una forma de gobierno, sino una concepción ética en basa a una organización social.
Hacia ahí deberíamos caminar, pero no cabe duda de que como dicen los autores de los artículos de “El País”, existe un corporativismo en nuestras universidades y en nuestra instituciones educativas,y una visión partidista e interesada que ha llevado a que en ocasiones ha llevado a gestionarlas como meras empresas o asociaciones en las que la privatización de las relaciones ha configurado una selección de cuadros de gobierno basados en el clientelismo y la cesión a intereses particularistas y no a la elección de la candidata o candidato mejor preparado. Relaciones que en ocasiones incluso han excluido a investigadoras e investigadores que buscan apoyo en instituciones extranjeras.
Convendría dejar claro que como dicen estos autores la universidad es una institución que debe buscar el conocimiento y aprendizaje, pero eso no limita las posibilidades de participación democrática de toda la comunidad. Si la lógica democrática está llevando a esos particularistos en la universidad sería útil plantearnos ¿qué espacio tiene la educación democrática en nuestras escuelas? ¿Cómo hacemos llegar los valores y teorías intrínsecos a una democracia en nuestras clases (incluidas las universitarias)?
Dewey realizó un extenso trabajo a lo largo de su vida sobre la democracia y su relación con la educación que quedó reflejado sobre todo en su gran obra “Democracia y educación”, dejando claro que las instituciones educativas no sólo deben ser un espacio de paso para la vida democrática en la sociedad adulta, sino que como sociedades en miniatura (que deberían recoger la diversidad de las mismas) deben adoptar prácticas democráticas en sus interacciones. Tan solo la búsqueda de intereses compartidos y las interacciones entre grupos y personas de forma dialógica puede asegurarnos un avance definitivo en la producción de investigaciones y aprendizajes de calidad.
En cualquier caso, al hacer referencia a las grandes universidades conviene no olvidarse de todos los aspectos que las hacen diferentes al resto: diversidad, inclusión, mediadas de acción positiva, fomento de la investigación, apuesta por métodos pioneros y democráticos de educación... En este sentido, y a pesar de lo largo de la cita, me gustaría reflejar el comentario que Ramón Flecha, catedrático de sociología de la Universidad de Barcelona e investigador principal del proyecto INCLUD-ED, hacía en la revista Escuela en 2006:
“En ochenta años de historia, Harvard Educational Review, sólo ha destacado una experiencia educativa en nuestro país en un artículo al que pusieron el siguiente título: “La Verneda de Sant Martí: una escuela donde la gente se atreve a soñar”. En las universidades de calidad se tienen muy en cuenta autores y autoras que investigan como acercarnos a los sueños; solo en las universidades mediocres y con estructuras feudales se atacan a quienes investigan, practican y enseñan esas teorías. A mí me decían en los años 80 “menos Freire y más Ausubel” como si el primero fuera solo un humanista sin nivel científico; luego fui invitado por Harvard a hablar en un masivo homenaje a Paulo en el que pude comprobar una vez más que la comunidad científica internacional nunca ni siquiera conocerá a quienes me decían esas cosas y por el contrario siempre valorarán a Freire...Quienes en educación oponen ciencia a sueños no son científicos. Quienes dicen “dejémonos de utopías, bajemos a la realidad”, nunca mejorarán la realidad y ni siquiera llegarán a conocerla. Quienes dicen que el pesimismo es el optimismo inteligente son muy poco inteligentes; nunca mejorarán la educación pero, eso sí, verán refrendada su profecía que fatalmente se cumple, que las cosas están mal y continuarán peor"
Desde los años 80 ¿ha cambiado el discurso?
* La cita de Dewey está recogida de su ensayo the ethics of democracy, citado en la tesis doctoral de Ana Paola Romo "La educación democrática en John Dewey: una propuesta pedagógica de transformación social en Mexico", Pamplona (2006).
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