jueves, 10 de febrero de 2011

Mujeres, habitaciones y Academias de la Lengua

Aún no sé por qué estoy escribiendo esta entrada, no sé si hago bien o quizás solo debía haber enlazado los textos de algunas mujeres que ya advierten de lo que viene siendo el “nuevo machismo” que se une a la avalancha de creciente de reacciones conservadoras y neoliberales de la actualidad y que se insertan en nuestra sociedad con amabilidad y valiéndose del posmodernismo imperante.

Quizás debería empezar recordando que tal como señala Amy Gutmann todo movimiento identitario que quiera tener cabida en una sociedad democrática debería regirse por dos proncipios básicos: el principio de “no represión” y el principio de “no discriminación” (Gutmann, A. “La identidad en Democracia”, 2008). Ambos principios están presentes en la mayoría de movimientos feministas actuales, aunque imagino que más de uno podrá diferir en esta afirmación y las justificaciones me las guardo para discusiones posteriores.

Tres es actualmente el número de mujeres que forman parte de la Real Academia de la Lengua Española, cinco las académicas que a lo largo de la historia de esta institución (se creó en 1713) han ocupado uno de los asientos reservados a quienes “limpian, brillan y dan esplendor” a nuestra lengua, la primera de ellas no fue propuesta y elegida por los académicos (con “o” y sin incluir al sexo femenino entre estos) hasta 1978. ¿Aún pensamos que podemos esperar que sea esta institución la que promueva algún tipo de cambio?

Decía Virginia Wolf en 1928 que las mujeres necesitan una habitación propia y al menos 5oo libras para dedicarse a escribir libremente.

En pleno siglo XXI la historia sigue recordando que hay cosas que solo cambian quienes realmente están arriba y, por qué no recordarlo, aún aumentando las facilidades de acceso a los recursos, arriba sigue estando el hombre (masculino y singular), blanco (para seguir limitando el acceso del resto), de clase media-alta (las diferencias económicas aún marcan un lugar en nuestra sociedad capitalista). El mismo tipo de hombre que escribía sobre negros sin dejar espacio a la expresión de quienes estaban oprimidos, el mismo tipo de hombre que especifica como pueden salir las familias pobres de esa pobreza sin consultar sus singularidades y estrategias de lucha. Ese mismo hombre escribe hoy y escribió para opinar sobre lo que debe y debía ser una mujer y por supuesto sobre cuales son sus aspiraciones máximas en la vida y en la sociedad.

Nos rasgamos las vestiduras con cada palabra que huela a igualdad entre mujeres y hombres, y acudimos a las instituciones más reconocidas (por su igualdad, claro está) para justificar el lenguaje que utilizamos. Menospreciamos el poder y el significado de cada palabra y obviamos que detrás de cada sentencia se esconde un pensamiento, una idea que es transmitida, y que vuelve a remarcar el lugar que ocupa cada persona en la sociedad en que vivimos. Justificamos el masculino para englobar a toda las personas, pero la verdad es que Emilio no es lo mismo que Sophie ni ambos tenían las mismas funciones en la sociedad.

Feminismo NO es lo mismo que machismo, ni su desarrollo en sentido contrario, y no creo que sea necesario remarcar una vez más los objetivos dispares de ambas corrientes, algo que ya han dejado claro los trabajos científicos y las investigaciones de tantas mujeres ignoradas en nuestra cultura.

Detrás de cada pronunciamiento en femenino, detrás de cada acción donde las mujeres toman la palabra se esconde el valor de dejar de estar silenciadas, la lucha por salir de ese espacio privado donde a algunos conviene que estén para ocupar esa otra esfera, la pública, y hacerse visibles. Ya está bien de prejuicios sin fundamentos ni argumentos, ya está bien de hablar en nombre de quienes tienen voz propia para expresarse.

Al fin y al cabo parte de lo que se esconde detrás de muchas de nuestras actitudes en contra de una igualdad entre personas de diferente etnia, sexo o clase es la sensación de perder parte del poder que hasta ese preciso instante poseemos por encima del resto. Miedo a no destacar por encima de alguien, miedo a no poder mostrarnos tan superiores como siempre nos consideramos.

“Durante todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural. Sin este poder, la tierra sin duda seguiría siendo pantano y selva. Las glorias de todas nuestras guerras serían desconocidas... los espejos son imprescindibles para toda acción violenta o heroica. Por eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la inferioridad de las mujeres, ya que si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse. Así queda en parte explicado que a menudo las mujeres sean imprescindibles a los hombres. Y también así se entiende mejor por qué a los hombres les intranquilizan tanto las críticas de las mujeres; porque las mujeres no les pueden decir este libro es malo, este cuadro es flojo o lo que sea sin causar mucho más dolor y provocar mucha más cólera de los que causaría y provocaría un hombre que hiciera la misma crítica. Porque si ellas se ponen a decir la verdad, la imagen del espejo se encoge; la robustez del hombre ante la vida disminuye.”

(Wolf, V. “Una habtación propia” 1928).

1 comentario:

  1. Enhorabuena por la entrada. Por supuesto que tenías que escribirla, me gusta mucho y cada vez que la leo me parece más apropiada aún.Así que nada de no saber si debías escribirla o no. Está aquí y está genial!

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